Alguien en Tribunales pensó en los perros cimarrones de Ushuaia cuando tuvo enfrente a los Landriel. Los cimarrones de Ushuaia eran cosas feroces, las mascotas de los obreros que se mudaron a la ciudad fueguina para trabajar, que luego se fueron y dejaron sus animales atrás. Así, a la deriva, sus perros se convirtieron básicamente en lobos, atacaron ovejas, mordiéndolas en la cara, aterrorizaron a personas incautas en senderos. Siempre se movían en comunidad, en pequeñas jaurías.
Eso eran los Landriel: una jauría.
Ayer por la mañana, Infobae publicó la historia del clan de Rafaela, Santa Fe, los más brutales proxenetas de chicas adolescentes en la Argentina de los últimos años, una familia entera de cafishos, padre, madre, hija, hijo, dedicada a seducir, quebrar y vender a mujeres de 14, 15 años a abusadores en hoteles de las zonas de Constitución y Flores, dedicados a golpearlas, a tomar el poco dinero que ganaban y ponerlo en sus bolsillos. Era insólito: una menor prostituída mantenía a toda una familia, a todo un clan.
Daniel Landriel, alias “Leandro”, hoy de 28 años, era el supuesto jefe, junto a su padre Abelardo, “El Tiburón”, que tenía un rol menor, cooptaba a las chicas, usualmente hijas de supuestos amigos suyos, pagaba a los pasajes. “Leandro” jugaba el rol de novio, de gallo seductor de las víctimas diez, doce o quince años menores que él, menores de edad. Su madre Patricia, “Paia”, una ex prostituta, era su presunta cómplice, lo mismo su hermana Antonella: las acusaron de ser tutoras, institutrices, empujaban a las chicas y las mantenían a raya con humillaciones e intimidación, les enseñaban cómo conseguir clientes, les indican a qué hoteles debían ir.
En enero de 2018, “Leandro” y “El Tiburón” fueron condenados por captar, someter y prostituir a dos adolescentes. “Leandro” recibió diez años de cárcel, su padre cinco, en un juicio llevado a cabo en el Tribunal Oral Federal Nº1, con una causa en la que intervino la PROTEX, el área de la Procuración dedicada a investigar la trata de personas con el fiscal Marcelo Colombo. “Paia” y Antonella fueron absueltas.
Con la primera de ellas, llamada G., oriunda de Florencio Varela, “Leandro” tuvo una hija cuando ella tenía poco más de trece años: la golpeó durante el embarazo, luego la llevó de Rafaela a Constitución para explotarla en una parada. La joven logró escapar en agosto de 2014 luego de una brutal golpiza en un hotel y pudo denunciar a los Landriel en la ex Comisaría 8° de la Federal. La chica volvió a su madre; la hija que tuvo con “Leandro” se quedó con su victimario durante meses.
G. pedía por ella, le posteaba mensajes a “Leandro” en su Facebook. “Hija te extraño”, le escribía, mientras el proxeneta que la embarazó y la azotó llevaba a la nena a la Bombonera. “Nosotros también te extrañamos bebé hermosa”, le respondía Landriel a su víctima. Ya lo había denunciado hace más de cuatro meses.
La segunda, que venía de Rafaela, tenía apenas 14 años. Era obligada a prostituírse frente a un albergue transitorio en la calle Bacacay en Flores de donde la echaron cuando se volvió evidente de que tenía apenas 14 años. Internada en el hospital Tobar García, se había vuelto fuertemente agresiva, desconfiada. “Síndrome de maltrato”, diagnosticó una junta de especialistas.
Descubrieron que, también, sufría de un retraso madurativo.
No fueron las únicas. Hubo una víctima más.
A fines del año pasado, el juez Sebastián Casanello tuvo enfrente lo que había despedazado la jauría, una ruina, una chica quebrada. El equipo del Juzgado Federal Nº7 nunca había visto algo así. Estaba fuera de sí, en un estado de agresividad profundo. Tuvo que ser controlada, con el aval de las psicólogas que la acompañaban: le ataron las manos con precintos.
Tenía 14 años. A. es su nombre.
Landriel la había captado en septiembre de 2014 en la localidad cordobesa de Morteros, a menos de un mes de que su primera víctima, la madre de su hija, lo denunciara por prostituirla. A. se fue de su casa el día 1º de ese mes con rumbo a Rafaela, con apenas 200 pesos en su bolsillo, sin su documento. Su mamá denunció la desaparición, sabía que existía “Leandro”, sabía su teléfono. Su hija le dijo a la Policía de Santa Fe que no volvería con su mamá, porque la obligaba a prostituirse y a robar. Tiempo después, Landriel hijo la golpearía, le prohibiría salir de la casa del clan en el barrio Villa Dominga sobre la calle Ferrer.
La Policía luego allanó la casa de los Landriel. A. y Landriel no estaban más, se habían marchado junto a toda su familia, que incluía a Abelardo y a la madre de “Leandro”, Patricia Luna. En el auto también estaba la hija que “Leandro” tuvo con G., su primera víctima.
Así, llegaron a Buenos Aires, para hospedarse en una serie de hoteles y albergues de Constitución entre fines de septiembre y fines de octubre de 2014. A. ni siquiera tenía un DNI. Landriel hijo le dio uno que ya tenía: el de G., que lo había denunciado un mes antes.
En el camino, “Leandro” le contó historias, le dijo que él trabajaría, que había conseguido un empleo en Capital, que ella no se tenía que preocupar por nada. Al llegar, A. supo que era ella la que debería trabajar. Ella se negó: “Leandro” le dio una nueva golpiza y la sacó a la calle en Constitución.
Eventualmente, A. logró hablar, dar su testimonio ante el juez Casanello. “Todos los días, de 7 de la mañana a 7 de la tarde”, aseguró, “treinta ‘pases’ por día, 200 o 300 pesos cada uno“, treinta encuentros con abusadores, sexo oral y penetraciones en piezas de albergues, durante tres meses.
La madre de “Leandro” era la encargada de controlarla, según su relato: le enseñó cómo atraer a los clientes, a qué hotel debía ir. Cada tanto, “Leandro” pasaba a cobrar cada peso que ganaba. Nada para ella.
Tres meses después tuvieron que irse de vuelta a Rafaela. “Leandro” sabía de la denuncia de G. en su contra. El mismo día que llegaron a Santa Fe, Antonella, hermana de Landriel, la llevó a la ruta a que se prostituya de nuevo, a subirse a las cabinas de camiones.
A. volvía a la casa de los Landriel para que “Leandro” la golpee y la insulte. “Puta, cogeviejos”, solía gritarle de acuerdo a su testimonio. Su “suegra” la obligaba a hacer las tareas domésticas entre frases denigrantes.
Antonella, según su relato, también se prostituía. En un momento, la hermana de Landriel olvidó su teléfono. A. escapó, hizo dedo: un auto la llevó de vuelta a Morteros. Así, intervino el Programa de Acompañamiento a las Víctimas de Trata del Ministerio de Justicia, se labraron informes.
Landriel hijo fue indagado. Negó todo. Su padre, Abelardo, también fue indagado. Aseguró que su hijo y su víctima eran novios, que conocía a los padres de la menor. Patricia también, intentó desacreditar a A., la trató de “ladrona” y “problemática”. A. implicó más todavía al “Tiburón”: “Cuando te vayas te vas a ir a vivir con ‘Leandro’ a Buenos Aires”, le habría dicho su “suegro”.
Los análisis a su cuerpo mostraron lesiones, las tareas de inteligencia y los testimonios de empleadas de hoteles validaron su relato.
Las especialistas del Programa de Rescate descubrieron un detalle sumamente perturbador: A. estaba embarazada.
Tras su fuga, los Landriel buscaron una nueva víctima, esta vez en Rafaela, A., la joven que sufría un retraso madurativo. Usaron el mismo mecanismo de quiebre y explotación, los mismos roles: “Leandro” como novio y controlador, Patricia y Antonella como “institutrices” proxenetas, Abelardo como patriarca.
Mientras tanto, la hija que tuvo con su primer víctima seguía con él. Su madre la recuperaría eventualmente.
En noviembre del año pasado, Casanello procesó con prisión preventiva a Landriel padre e hijo por las vejaciones sufridas por A., el delito de trata con fines de explotación sexual por medio de engaños y violencia, todo agravado por el embarazo de la menor. Procesó también sin cárcel a Patricia y Antonella, les impuso la condición de presentarse cada mes ante su juzgado. A cada uno le impuso un embargo de un millón de pesos. Luego, Casanello los elevó a juicio. El Tribunal Federal Nº8 se encargará de juzgarlos. La PROTEX nuevamente será parte en el juicio.
Noticia de Infobae.