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Así es el desayuno ideal para cada edad, según la ciencia

El desayuno es considerado por especialistas en nutrición como una de las comidas más determinantes para la salud y el rendimiento diario. No se trata solo de un hábito, sino de un factor clave para prevenir enfermedades crónicas, mantener un peso equilibrado y favorecer el desarrollo cognitivo, en especial en la infancia y la adolescencia.
Un estudio difundido por la revista Nature sostiene que elegir un desayuno saludable, adaptado a cada etapa de la vida, podría prolongar la esperanza de vida hasta en diez años. Los mayores beneficios se observan al aumentar la ingesta de cereales integrales, frutas y frutos secos, y reducir el consumo de bebidas azucaradas y carnes procesadas.
La publicación Frontiers in Human Neuroscience agrega que desayunar de forma habitual mejora la calidad de la dieta, el aporte de micronutrientes y el control del peso. También se ha comprobado que influye de manera positiva en el rendimiento escolar, especialmente en matemáticas, y que favorece el comportamiento en el aula, con un impacto notable en estudiantes de contextos vulnerables.
En la primera infancia, la Fundación Española de Nutrición aconseja que la leche materna o de fórmula sea la base de la alimentación durante el primer año, evitando leche de vaca, miel, azúcar y edulcorantes. Desde los cinco meses se pueden incorporar frutas frescas; el gluten, antes de los siete meses; y el huevo, de manera gradual, a partir de los nueve meses con supervisión médica.
Entre los 2 y los 10 años, un desayuno equilibrado podría incluir yogur natural con frutos secos, una pieza de fruta y pan integral con aceite de oliva. En la adolescencia, etapa de alta demanda energética, se recomienda combinar lácteos, frutas y pan integral, pudiendo añadir tomate, queso o huevo.
En la adultez, la ingesta diaria sugerida es de 2.000 a 2.500 calorías, priorizando fibra y fruta entera, mientras que a partir de los 55 años se recomienda reducir un 5% de energía por década, sin disminuir nutrientes. Las embarazadas y mujeres en lactancia deben reforzar el consumo de lácteos y cereales integrales, evitando alimentos de riesgo sanitario.
Para personas celíacas, se sugieren productos de maíz o arroz y una estricta prevención contra la contaminación cruzada. Quienes no consumen lácteos pueden recurrir a bebidas vegetales enriquecidas, frutos secos y legumbres para obtener proteínas y minerales esenciales.