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Sorteo de las 66 viviendas en Ayacucho: coincidencias, lágrimas y el milagro de los sueños cumplidos

El jueves 26 de junio, Ayacucho fue escenario de una jornada inolvidable, de esas que quedan grabadas para siempre en la memoria colectiva de una ciudad. En el marco del sorteo de 66 viviendas, decenas de familias vivieron momentos cargados de emoción, donde la fe, los recuerdos, las señales del destino y los sueños más íntimos se entrelazaron en un mismo escenario.
Lo que parecía ser un procedimiento administrativo, se transformó en un verdadero acto de esperanza, con relatos que estremecieron a todos los presentes.
Fátima Devechi fue una de las protagonistas de la jornada. Su pequeño hijo Lolo había dibujado la casa de sus sueños días antes. “Me dijo: ‘Mamá, la dibujo y la llevo al sorteo’. Cuando escuchamos nuestro nombre no lo podíamos creer. Lo que comenzó con crayones, hoy es una realidad. Nuestra realidad”, expresó conmovida.
Carla Tort también vivió un momento profundamente simbólico. Su hija Juliana, desde hace tiempo, jugaba a “decretar” su casa cuando veía una hora espejo en el reloj. “Corría hacia mí y me decía: ‘¡Mami, hora espejo! ¡Pidamos nuestra casita!’. Ese ritual se repitió tantas veces que terminó sellando una promesa. El día del sorteo, esa promesa se cumplió: fueron una de las familias beneficiadas. “Hoy, 26 de junio, ese sueño es real. Gracias por creer, por desear, por anhelar. Vamos por más juntas, mi amor”, escribió Carla.
Otra historia estremecedora fue la de una abuela que llegó con su nieta. Su hija, en tratamiento de diálisis, no pudo asistir. Mientras esperaban, la pequeña rezó con devoción frente a una imagen de Guadalupe en un celular. Momentos después, escucharon el nombre de su mamá entre los sorteados. “Mi nieta me miró y me dijo llorando: ‘¡Ese es el nombre de mamá!’. Fue un instante sagrado. No lo podíamos creer”, recordó la abuela entre lágrimas.
Y como si el destino hubiera decidido escribir una historia perfecta, otra mujer vivió una coincidencia imposible de ignorar: recibió como número de sorteo uno que coincidía con una fecha clave en su vida. Ese mismo 26 de junio se cumplía el aniversario del fallecimiento de su padre y, al mismo tiempo, el cumpleaños de su hija. El universo pareció hablarle en su idioma más íntimo. Su nombre fue anunciado, y con ello no solo obtuvo una vivienda, sino un nuevo comienzo.
El sorteo de las viviendas en Ayacucho fue mucho más que una lista de beneficiarios. Fue una ceremonia de sueños. Fue el día en que los dibujos cobraron forma, las promesas se cumplieron, las señales se alinearon y el destino tocó con suavidad el hombro de quienes más lo esperaban.