Hace ya tres años que una disputa vecinal en el barrio Los Pinos, en Calle 11,de Madariaga ha venido causando estragos. Lo curioso es que el desencadenante de todo este conflicto no es otro que un gallo, cuyo cacareo estruendoso ha resultado ser la raíz de una serie de problemas que parecen no tener fin.
Gisele González, la propietaria del gallo en cuestión, reside en una zona periurbana donde tener animales de granja no es nada inusual. Caballos, vacas y, por supuesto, gallinas son parte del entorno. Sin embargo, su vecina Mariana ha venido quejándose durante mucho tiempo de los ruidos producidos por este animal.
Todo comenzó en 2021, cuando las denuncias comenzaron a surgir. Para intentar resolver el conflicto, se construyó un alto muro de más de dos metros de altura para dividir las propiedades. Gisele, una marplatense que lleva viviendo en la ciudad durante siete años, también obtuvo algunas gallinas en una entrega realizada por el INTA. Su marido, un camionero, pasa poco tiempo en casa debido a su trabajo, lo que deja a sus hijas como testigos involuntarios de esta contienda vecinal.
El meollo del asunto es una multa que se emitió en 2021 y que hasta el día de hoy no ha sido abonada. La multa, que asciende a 4.000 módulos de infracción, se basa en que el cacareo del gallo superó el límite de ruido de 70 decibeles estipulado por la Ordenanza Municipal. La particularidad es que este ruido no proviene de una máquina o dispositivo electrónico, sino de un animal que lo emite de forma natural, lo que añade una capa de complejidad a la situación.
Gisele intentó en su momento colocar al gallo dentro de una lata de leche grande para atenuar su cacareo durante las noches. Sin embargo, observó signos de sufrimiento en el animal y decidió dejar de hacerlo. Desde entonces, la situación se volvió aún más tensa, con ataques a su vivienda, incluyendo patadas a las puertas y persianas, daños al camión de su esposo e incluso sonidos de un silbato en plena madrugada para despertarlos.
Ante esta escalada de hostilidades, Gisele presentó una denuncia en la comisaría, buscando una orden de restricción debido a las intrusiones nocturnas de su vecina con insultos. Sin embargo, esta solicitud no prosperó. Actualmente, Gisele cuenta con botones antipánico para alertar sobre situaciones de violencia y, se siente “avergonzada” al tener que hacer pública su situación a través de los medios, y lamenta que ni siquiera la Oficina de Mediación Comunitaria haya logrado avanzar en la resolución de este conflicto. (Con información de Central de Madariaga)
