Marcelo Domingo, oriundo de Ayacucho, nació en 1971 y actualmente es un reconocido psicólogo en su ciudad natal. Su trayectoria de vida es singular: pasó de ser sacerdote a ejercer la psicología, y hoy es el director del hogar de Apidda, además de atender en su consultorio particular.
A los 19 años, Domingo ingresó al seminario en Arrecifes, donde se formó como sacerdote en el seminario de San Nicolás. Fue ordenado a los 25 años y ejerció en Río Colorado, Patagonia. A pesar de su vocación religiosa, siempre tuvo un interés profundo por la psicología, lo que lo llevó a estudiar libros sobre la materia de manera autodidacta.
Tras cinco años en la Patagonia, fue trasladado a Venado Tuerto, Santa Fe, donde finalmente tuvo la oportunidad de estudiar psicología a distancia en Corrientes. Durante este periodo, ejercía simultáneamente como sacerdote y estudiante de psicología. Su labor religiosa lo llevó a lugares necesitados, donde organizaba comunidades, defendía derechos y asistía a personas en situaciones de vulnerabilidad tanto material como espiritual.
Domingo ve una conexión clara entre el sacerdocio y la psicología: ambas disciplinas buscan el bienestar del ser humano. Aunque reconoce que ciertas doctrinas psicológicas pueden chocar con la religión, afirma que muchos sacerdotes y monjas también estudian psicología, ya que ambas áreas se complementan en la búsqueda de sentido y solución de conflictos personales.
Su trabajo como sacerdote incluyó desde la confesión, donde ayudaba a las personas a superar culpas profundas, hasta la lucha por los derechos sociales en comunidades vulnerables. En Corrientes, por ejemplo, apoyó a mujeres maltratadas a encontrar dignidad y autonomía.
A los 35 años, al combinar su labor sacerdotal y sus estudios de psicología, comenzó a ser solicitado para dar charlas sobre valores y conflictos humanos en todo el país, lo que eventualmente le generó una sobrecarga de trabajo. Este agotamiento lo llevó a una crisis vocacional y personal, que culminó en su decisión de dejar el sacerdocio.
Domingo se enamoró y formó una familia, estableciéndose nuevamente en Ayacucho, donde continúa ejerciendo como psicólogo. Valora profundamente su ciudad natal, a la que siempre quiso regresar, y aprecia su complejidad y crecimiento. Vía Proyecto Pueblo.
